La igualdad te la debo: solo en el 7% de los hogares argentinos la distribución de las tareas se comparte equitativamente entre mujeres y varones
Una joven de 27 años de Tafí, Tucumán, tiene casi diez veces más dificultades para conseguir trabajo que un varón porteño de 45 años. No es igual nacer mujer. No es igual dónde nacés mujer. No es igual la edad que tenés cuando sos mujer. No es igual si sos mujer y tenés plata. O si no la tenés. Y es mucho más difícil tenerla por ser mujer.
El 8 de marzo se conmemora el Día Internacional de las Mujeres Trabajadoras. No solo las trabajadoras siguen ganando menos que los trabajadores, sino que es más difícil acceder a los puestos más renumerados. Pero el problema no es solo el techo de cristal (que no permite escalar posiciones), también el piso pegajoso (que no permite despegar) y, mucho más grave, también es desigual el acceso a un salario básico (la igualdad mínima, vital y móvil).
El debate no es si regalar flores o bombones si los agasajos son a mujeres que también pueden comprárselos por su cuenta. El problema es que la falta de derechos reduce o anula las cuentas bancarias femeninas. ¿Por qué se sigue conmemorando la huelga histórica de las obreras que reclamaban por sueldo, descanso y derechos? ¿Por qué hay que seguir peleando? Porque no solo todavía no se consiguió la igualdad plena, sino que la pandemia recrudeció la desigualdad.
Las diferencias a la hora de conseguir trabajo y contar con dinero para vivir duelen en el bolsillo. Pero repercuten en todo el cuerpo. El dinero para vivir es también para no morir o vivir sujeta a la asistencia financiera de otros. La independencia económica es indispensable para no depender de un marido violento para alimentar a los hijos o de un novio posesivo para poder salir o divertirte.
No hay autonomía plena, ni posibilidad de salir de la violencia, ni apostar por los deseos propios sin billetera propia o con muy poco dinero. El trabajo es el motor de los derechos reales. Y no tener un salario fijo quita los escudos que protegen de la violencia y el machismo.
Estamos en el año 21 del siglo 21. Pero no solo no hemos avanzado todavía lo suficiente como para que ser mujeres -o querer ser mujeres en cuerpos feminizados- no sea un escalón menos para trabajar, disfrutar y crecer. Además de todo lo que falta, la pandemia fue un enorme retroceso.
De un virus para el otro, la vuelta al hogar, la recarga de cuidados, la pérdida de la calle y los lazos sociales empeoró la situación y regresó el punto de partida. La crisis del empleo retrocedió casilleros en el Juego de la Oca en donde todavía los dados no tienen las mismas posibilidades según las manos de quien los tira.
La pandemia todavía no pasó. Pero no hay vacuna que salve de los estragos que generó el covid-19. El mayor problema no es solo la repudiable vacunación preferencial o VIP sino que, hasta ahora, en la historia de la humanidad, los varones siempre fueron los Very Important Personas y las mujeres, las actrices secundarias de la peli mundial.
Por eso, este año, el desafío se redobla. No se trata solo de seguir avanzando, sino de no seguir retrocediendo. No se puede bajar los brazos porque no estamos más cerca de la meta, sino más lejos. En el 8 de marzo es imprescindible que los sindicatos, las trabajadoras, el Estado y las mujeres piensen, propongan y pidan más derechos y más trabajo.
Todos los objetivos que nos proponemos -que no nos maten, que seamos libres, que disfrutemos del sexo, que las maternidades sean deseadas y valoradas, que podamos crear y parir nuevas formas de poder- necesitan trabajo y dinero. El Estado y las empresas tienen que poner presupuesto -porque la igualdad no nace sola, se construye con esfuerzo e inversión- y las mujeres y trans recibirlo para defenderse y construirse con sus identidades y deseos.
Pero si ya nos faltaba -coronavirus mediante-, nos falta más todavía. En el primer trimestre de 2020 la desocupación fue del 10,4 por ciento. La rama femenina de la falta de empleo fue superior al promedio: 11,2 por ciento (y la de los varones a 9,7 por ciento). Pero el desempleo para las menores de 29 años que querían trabajar llegó al 23,9 por ciento.
El mayor problema de la Argentina -y uno de los problemas menos discutidos en un país en el que todo se discute- es que los jóvenes no encuentran trabajo. Pero para las chicas es más difícil todavía que para los chicos. En el caso de los muchachos la falta de ocupación es muy alta (y subió fuerte en pandemia) pero llega al 18,5% y no sobrepasa los 20 puntos, que es -o debería ser- un signo de default social y de género para la economía argentina.
El problema es que cuando se pone los pies en el barro el problema es aún mayor. En toda la Argentina. 2 de cada 10 jóvenes que quieren trabajar no consiguen empleo. Pero en el conurbano bonaerense casi 3 de cada 10 pibas necesitan un empleo y no lo tienen.
En el Gran Buenos Aires la desocupación femenina sub 29 llegaba al 26,4% en el primer trimestre del 2020. Pero subió al 29% en el Gran Rosario, según el informe “Mercado de Trabajo, Tasas e Indicadores Socioeconómicos (EPH)”, del primer trimestre del 2020, del INDEC.
De una punta de la desigualdad a la otra, los que menos problemas tienen son los varones de 30 a 64 años en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires con 3,9% de desocupación y las que más problemas enfrentan son las mujeres menores de 29 años en Tafí Viejo y en el gran Tucumán, con el 37,1% de desocupación.
Los datos comparativos son de principios del año en que el país se detuvo. Pero a finales del 2020 (en el cuarto trimestre) la tasa de desocupación de las mujeres en la Ciudad de Buenos Aires se afirmó en el 10,4 por ciento. Por lo que se incrementó un 1,1% respecto al 2019, según datos del INDEC, elaborados por el Centro de Estudios Metropolitanos (CEM).
A pesar de todo, y con el viento en contra de la pandemia, los derechos de las mujeres van más para atrás que para adelante. El problema es que ni siquiera el desafío fue que las mujeres dejaran sus casas para ir a trabajar, sino trabajar dentro de casa pero todo recargado y en un mismo lugar. ¿La conciliación? ¿Qué era eso?
Una misión imposible, o posible gracias al sobre esfuerzo de las mujeres. En el 72,5% de los hogares con niños, niñas y adolescentes se incrementó el tiempo dedicado a tareas domésticas y de cuidados en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), según datos del INDEC destacados por el Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA).
El problema es que las tareas no se hacen solas. Y el cuerpo (con dolores de espaldas, paciencia y estrés) lo pusieron ellas. El 64,1% de las tareas domésticas (regar las plantas, hacer el pan, satinizar los envases, lavar la ropa -y los tapabocas también-, comprar gel en alcohol al por mayor) las hicieron las mujeres.
En los deberes la equidad de género se fue a marzo (de marzo mejor ni hablar porque la virtualidad trajo un esquema mixto de clases en vivo y por zoom que son más difíciles de cumplir que un tablero de ajedrez que ni Gambito de Dama podría ganar), ya que el 74,2% del apoyo escolar lo brindaron las madres.
Las mamis/seños/oficinistas se convirtieron en una maldición pandémica que arrumbaron la conciliación de la vida familiar y laboral en un cofre de buenos deseos. Estrellaron, a su vez, el buque de los malabares domésticos contra la tormenta de un confinamiento sanitario más exigente con las mujeres.
Las mujeres le dedican dos horas más, por día, que los varones, al cuidado de niñas y niños, una hora más a acompañar (o sufrir) por intentar hacer cuentas en matemática, experimentos en física y buscar mapas en geografía y hora más por día a la cocina, limpieza y desinfección (la maldición de la pandemia con alchohol y lavandina como si fuera agua bendita).
El problema no es solo hacer de más, sino también hacer de menos. O sea, se trabaja más y se descansa menos. Literal. Los varones duermen una hora más por día y tienen una hora de ocio (mirar series, pavear con el celular, leer o solo relajar) que sus novias, esposas o madres de sus hijos. Si ganar menos ya duele dormir menos es insoportable.
Los datos de la desigualdad laboral, doméstica y también de descanso y diversión surgen del trabajo de la organización Grow que tiene como lema “Sin autonomía económica no hay igualdad de género”. La apuesta es a que el poder real está en poder pasar la tarjeta (o no pasarla y ahorrar en efectivo o en bitcoins) sin pedir permiso, ni dar explicaciones. Pero tampoco con un costo fìsico tan grande que no valga la pena.
La distribución miti y miti o 50% es una utopía que muchos ostentan, pero que pocos cumplen. La distribución equitativa en los hogares solo se cumple en el 7% de los hogares. ¿Y en el 93% restante? Te la debo.