Ricardo Iorio, un hombre y un artista de contradicciones profundas
Ricardo Iorio, nombre pesado para la argentinidad contemporánea si los hay. El ex V8, Hermética y Almafuerte murió hoy martes 24 de un infarto. No registraba problemas de salud graves conocidos. Tenía 61 años. Estaba por entrar a grabar un nuevo disco. Había cruzado mensajes la noche anterior con su amigo Juanchi Baleirón y estaba contento. Así se lo ve en el video que tras conocerse la noticia compartió el cantante y guitarrista de Pericos. Pero luego, a Iorio empezó a dolerle fuerte el pecho en su casa campera de Coronel Suárez. No llegó al hospital.
Iorio es un caso único en el que hombre y músico se han movido en un frenético y vertiginoso péndulo, cuyas estaciones terminales han chocado fuerte entre ellas. Se han contradicho bravo. De un lado, emerge una figura carismática, entrañable, graciosa, querida por sus pares. Por este andarivel, bajan al alma también varias de sus maravillosas piezas musicales. Temas emblema para y desde un sector del pueblo –del pueblo llano, trabajador, de la baja– al y del que no resulta fácil llegar: los conurbanos, las periferias, los suburbios de las grandes urbes. El ser suburbano, morocho y sufrido sintetizado en ese «pibe tigre» del barrio Carlos Gardel, que iba pedaleando a laburar, a ganarse el peso como changarín “de un trompa extranjero que compra el país, y lo derrite después”.
También otros que van a buscar su origen al Martín Fierro, obra constitutiva de la literatura argentina –porque fue esta, y no el racista Facundo, pues- y lo traducen al hoy, caso “Zamba de resurrección”, que habla de la patria alambrada “en toda su extensión”, y de gauchos e indios desheredados que “empobrecidos reencarnan”. Temas ellos soldados a fuego al imaginario musical argento, al igual que los que concentra en su seno Tangos y milongas, disco solista publicado en 2014, con temas del acervo criollo ejecutados por el pianista Pablo Ziegler, y los hermanos Jorge y Juan Carlos Cordone, exguitarristas de Edmundo Rivero.
En ese mismo lado –el más nítido del alma- yace también en su vida un latir federal, nacional y popular hasta la médula. En cada pueblo, en cada rincón, en cada paraje confín del país, hay una bandera de Almafuerte soldada a una de la Argentina. Un Gauchito Gil que cuida en las rutas. Un pan y un vino esperando. Una camaradería solo posible entre las huestes metaleras con tonito norteño, cordobés, cuyano o pampeano, con un refuerzo plus que el pibe aquel de Ciudadela que alzaba bolsas de papas en el Mercado Central, supo construir a través de sus lazos con León Gieco, y su hija Joana, con José Larralde –hizo una versión de “De los pagos del tiempo”, además de compartir recitales-, con Ricardo Mollo o con Rubén Patagonia (cómo olvidar la versión de “Cacique Yatel”, que hicieron juntos) en diferentes momentos y mojones de su trayecto.
O de miradas que explican por qué este bajista y compositor devenido cantor detona emociones de amor por la patria, por el terruño. Que leyó al literato patriota Pedro Bonifacio Palacios en colectivos, comercios, salones, bibliotecas populares, calles, barrios, pueblos, bares, y así le encontró un nombre a su banda más importante. Que nombró a Bonavena. Que energizó las figuras de Perón y Evita, en momentos -1998, fines del menemato- en que hacía falta decirlo con energía, valentía y decisión: “Hembra Eva Duarte, macho Juan Perón/ Dupla guerrera argentina / hoy es al revés, todo va a contramano” (“Ser humano junto a los míos”).
El ojo y el corazón puestos en lo nacional fueron un motor de acción presente durante todo su devenir. Las canciones predichas y muchas más se han transformado en emblema para una forma de sentir la patria con la gente adentro. Canciones de hermosas melodías que, bajados los decibeles propios del rock pesado, quedaban a merced de criollas, noches y fogones, a luna limpia: “Convide rutero”, “Ruta 76”, “Toro y Pampa”, y por supuesto una de las más queridas, por genuina. Por auténtica. Por anticareta. Por hablar de no engañarse ni mentirse para salvar al mundo: “Sé vos”, claro.
Más de veinte años los de Almafuerte –banda a la cual pertenecen estas canciones- signados por lo antedicho y una díada de fierro junto al “Tano” Claudio Marciello, tal vez el mejor guitarrista que ha dado el género en toda su historia, el bajista Beto Ceriotti, y variopintos bateristas, Bin Valencia y Claudio Cardaci, entre ellos. Banda que por supuesto dio en otro núcleo sensible cuando parió “El Visitante”, por los pibes de Malvinas que jamás olvidaremos: “Fui elegido / para cantarte / por quienes quieren olvido restarte /grave, pesado /mas no inconsciente / yo te lo mando /excombatiente”.
La línea nacional del campo musical “a la Iorio” ha gozado de altísimas expresiones también en Peso Argento, maravilloso disco que confeccionó en 1997 junto al bajista Flavio Cianciarulo (Los Fabulosos Cadillacs). O, desde un lugar más amistoso con la tradición del rock argentino, a través de Ayer deseo, hoy realidad, disco solista en el que brillan sus versiones de “Ritmo y blues con armónica” (Vox Dei), “Jugo de tomate” (Manal), “Rock de la selva madre” (Luis Alberto Spinetta) y “Mariposas de madera” (Miguel Abuelo). Tradición de aguas abiertas en la que Ricardo insertó asimismo mediante su participación en “El embudo” y “Bandidos rurales”, temas ambos de León Gieco.
Sus orígenes musicales hay que ir a buscarlos al hiato entre fines de la década del ’70, y principios de la del ’80, cuando no había cumplido 20 años -porque había nacido en el ’62- y ya andaba queriendo romper todo, en un período oscuro para la historia argentina. V8, banda pionera del género que cohabitó con el Beto Zamarbide, el baterista Gustavo Rowec -que reemplazó a Alejandro Colantonio- y el “Chofa” Moreno –luego, Osvaldo Civile-. Tres discos fueron, alguno con ayuda de Pappo, Y temas que fueron a dar a los márgenes, con absoluta lealtad: “Muy cansado estoy”, “Voy a enloquecer”, “Parcas sangrientas” y hasta algunas perlas como el final de “El sustento del inquisidor”, en su versión en vivo.
También había construido Ricardo un puente entre dos décadas tremendas, como las del ’80 y ’90, a través de una banda fiel a los padecimientos de esa generación. Hermética metió el dedo ahí, en la llaga, como pocas en la historia del rock argentino. En ese lugar de marginados, obreros, changarines de la diaria, que su fundador conocía muy bien, porque de ahí venía, de repartir frutas y verduras en los mercados. Nadie se lo había contado. Él era de ahí, y tenía la sabia capacidad de transformar en canciones todo ese mundo ninguneado o desconocido por otra franja de la sociedad.
Hermética fue tal vez la banda más querida de la historia del género, tal vez porque aún a su fundador no le había dado por decir barbaridades en público y porque tenía temas impresionantes. Claudio O’Connor, Antonio “el Tano” Romano y Fabián Spataro –luego Tony Scotto y Claudio Strunz– lo acompañaron en la gesta que derivó en temas nodales. Piezas de mucha identificación y pertenencia, otra vez, para los pibes y pibas de la clase trabajadora de los barrios suburbanos. Dadores y receptores a su vez de identidades, tal como expresan “Desde el Oeste”, uno de los himnos del rock argentino en general, “Gil trabajador”, “Tú eres su seguridad”, “Olvídalo y volverá por más” o “Del colimba”.
Severos, difíciles pasajes en su vida han sido también dos muertes cercanas. Voluntarias. La de su padre Alfredo, que se disparó un tiro en el pecho, a los 81 años. Y el de su exmujer, Ana Mourín, que había hecho lo propio en 2001, dos años después de separarse de él. Es ella la depositaria de una llaga lacerante que el músico intenta extirpar en “En este viaje”, tema que cierra el disco Ultimando. “De lo que peor que me ha pasado / Hice canción / porque yo canto lo que siento / Violentamente al otro lado / se fue mi amor / Sin un adiós, sin un hasta luego / No estuve yo para evitarlo, tal vez / Lo inevitable no responde al vade retro / Suele la gente equivocarse aquí / Y las personas ver verdad en lo no cierto”.
El lado oscuro de Iorio, el que duele, el que impide redondear -desde lo subjetivo, claro- una mirada totalmente asertiva sobre él, emerge claramente de sus imposturas ideológicas. Sus delirios. Más allá de sus arrebatos automovilísticos, que no solo ponían en riesgo su vida sino también -y fundamentalmente- las de los demás, ciertas frases suyas vuelven una y otra vez insoportables. Contradictorias incluso hasta con lo que expresan muchas de sus canciones, con lo que él fue para con sus cercanos, o incluso para lo que sus seguidores piensan de la vida y de las cosas. Aunque hay que atribuirle la valentía de decir lo que otros tal vez piensan y callan, la fórmula ser y parecer le ha sido muy esquiva a caballo de improperios que no solo han faltado el respeto a las Madres de Plaza de Mayo –con quienes había colaborado en 1997, como parte del disco por los 20 años-, sino también a la comunidad judía y la agrupación H.I.J.O.S.
El antisemitismo de Iorio quedó de manifiesto cuando le dijo a la revista Rolling Stone la frase «si sos judío no me vengas a cantar el Himno, la concha de tu madre, ¿me entendés?». Y siguió «Cada lechón en su teta es el modo de mamar. Lo que no me gusta es que a mi país traigan guerras intestinas, de otros lares. Y eso se evita siendo argentino». Eso le valió una denuncia del Inadi. «Pido disculpas a quien se haya sentido ofendido…», le dijo a Página/12 tras hablar con las autoridades de ese organismo. «Tengo 21 años de carrera interrumpida y creando, porque yo no soy intérprete, soy autor, jamás vertí odio racial en mis letras, que es a lo que más tiempo me dedico. Lo que dije fue malinterpretado«. En la misma entrevista contó cómo había sido el encuentro con Víctor Ramos, que era el presidente del Inadi. «Lo fui a ver al chabón (se refiere a Ramos), para demostrarle quién era y el tipo me terminó dando un abrazo. Me dijo: ‘Quedate tranquilo, loco, está todo bien. Tratá de disculparte…’ Que es lo que estoy haciendo ahora. Pasamos un lindo momento, hablando de cosas, de que Cornelio Saavedra era boliviano. Formó parte del primer gobierno constituido y era un bolita…»
Además de miles de seguidores y decenas de sus colegas, hoy despidió a Iorio Alejandro Biondini, acusado de ser nazi por sus posturas. Con el líder del partido Bandera Vecinal -que antes intentó crear otro llamado Partido Nacionalista Socialista de los Trabajadores y tomar la esvástica como emblema-, Iorio se había reunido en su casa en 2017. Según explicó entonces la agrupación en una gacetilla, el encuentro duró varias horas, y Biondini y el cantante «coincidieron en apreciaciones sobre la actualidad política, social y cultural» del país.
Sus canciones
El presente y la batalla cultural
El último concierto de Ricardo Iorio fue en el Anfiteatro Municipal de Rosario. Uno próximo anterior había tenido lugar en el club Sportivo Floresta de Tucumán. Antes del show, muy festejado por sus huestes, había dado una de sus últimas entrevistas, al diario La Gaceta, donde habló de “batalla cultural”. “Me interesa retratar al presente inmediato. Me he armado como guerrero desde chico. Si no voy a otros lugares es porque no me han llamado, pero lo mío es la batalla cultural y puedo asegurar que tengo las riendas de mí mismo”, había dicho entonces, sumergido en su habitual impronta, en este caso referida a “Unas estrofas más”, tal como llamó a su última gira.
“Acá estamos, en Rosario, en los campos, los llanos. El día del maldito eclipse, el sábado, vamos a estar ahí para avivar la llama del héroe que hay en cada uno de nosotros”, expresó días después en el último video que se publicó en las redes sociales. “A ver si nos encontramos con los de la región y todos los que quieran arrimarse. Ya saben que las canciones están hechas y con esta banda tan ajustada que tengo que somos una cosa incorregible. Un saludo para todos”.
Fuente: Pagina12