Día la Tierra: necesitamos un Nuevo Acuerdo Global por la Naturaleza y las Personas
Esto nos invita a reflexionar sobre la expresión «nuestra tierra», que nos resulta lógica y apropiada. Se esperaría que, siendo poseedores de un bien único y precioso, procurásemos su cuidado y preservación. Pero no fue así: nuestros 24 minutos en la Tierra, nuestra inteligencia y dominancia sobre las demás especies con las que compartimos el mismo hogar la transformaron y degradaron a una velocidad sin precedentes.
Clarifiquemos nuestra responsabilidad en el cuidado del único planeta donde nuestra vida es posible: en los últimos 200 años la humanidad incrementó notablemente su capacidad de destrucción, al compás del aumento exponencial de la población mundial y de la ambición de consumo. Estos 200 años representan alrededor de 1,5 segundos en la hipotética línea de tiempo de un año desde la creación del planeta y podríamos decir que en el último medio segundo fuimos responsables de una caída promedio del 68% de la biodiversidad a nivel global. Esta disminución fue aún mayor en Latinoamérica (entre 1970 y 2016) alcanzando el 94% en el mismo período, según el Informe Planeta Vivo 2020 publicado por la Organización Mundial de Conservación (WWF).
Debido a esta acelerada devastación, la comunidad internacional asumió compromisos: desde la primera Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y su Desarrollo en Estocolmo en 1972, conocida como «la Cumbre de la Tierra», hasta sus réplicas en Río 1992, Johannesburgo 2002 y Río +20 en 2012. De estas conferencias nacieron diversas iniciativas sectoriales que generaron diferentes acuerdos, ratificados por la gran mayoría de los países. Pero a pesar de los esfuerzos comprometidos y de los avances alcanzados, la biodiversidad se pierde a la par de la firma de tratados internacionales, cuya finalidad es la conservación y el desarrollo sostenible.
Este 22 de abril reforcemos la necesidad de un Nuevo Acuerdo Global Por la Naturaleza y las Personas, orientado a un cambio de paradigma en nuestro vínculo con el planeta, para cambiar los actuales patrones de producción y consumo, detener el cambio de uso del suelo y fomentar la toma de decisiones políticas y económicas respetando los límites del planeta. Buena parte de las prácticas agrícolas y pesqueras son insostenibles, debemos modificarlas para producir los alimentos que requerimos conservando la biodiversidad. Recordemos que en enero de este año la Asamblea General de las Naciones Unidas inició la «Década de la Restauración de Ecosistemas», indicando que para cumplir los objetivos de Desarrollo Sostenible para el 2030 y evitar el cambio climático catastrófico que anticipa la ciencia, necesitamos revertir el aumento de emisiones de gases de efecto invernadero antes del 2030, porque solamente conservar no alcanza, es imprescindible restaurar ambientes y procesos ecológicos y productivos.
El desafío que tenemos por delante es administrar nuestra inteligencia para construir una sabiduría global colectiva que permita desarrollarnos a escala planetaria. Pero el tiempo se acaba, tenemos que actuar ahora para recuperar y restaurar la naturaleza: si fallamos el impacto de esta pérdida sobre nuestro bienestar será cada vez peor, porque no es posible una humanidad sana en un planeta enfermo y degradado.
La Tierra ha estado aquí mucho antes que nosotros y posiblemente nos preceda. Ya no necesita ser descubierta, colonizada y sometida. Necesita ser habitada de manera respetuosa y responsable, protegiéndola, conservándola y restaurándola. Porque nos dio evidencias suficientes de que en ella se encuentra todo lo que fuimos, somos y seremos, como personas y como sociedad. Aún estamos a tiempo de actuar en consecuencia.