El día en que Bobby Fischer se consagró como el campeón de ajedrez más joven de los Estados Unidos

En la mañana del 8 de enero de 1958, una noticia no pasaría inadvertida en los principales medios de la prensa norteamericana; un niño de 14 años se había consagrado, tras una brillante labor, invicto y con 10,5 puntos sobre 13 posibles, como el campeón nacional de ajedrez más precoz en el historial del milenario juego.

La noche previa, en la última rueda del 10° campeonato norteamericano, a ese chico le bastó un rápido empate frente al corpulento Abe Turner (al que se le atribuía fama de actor por su participación en el programa You bet your life, conducido por Groucho Marx), para cerrar su actuación con 8 victorias y 5 empates, relegando al puesto de escolta al hasta entonces cinco veces campeón norteamericano, el polaco Samuel Reshevsky (cayó en la última jornada ante William Lombardi). De esta manera, ese niño de sólo 14 años se proclamaba en el nuevo Rey del ajedrez de los Estados Unidos.

Por su talento y dedicación algunos expertos se atrevieron, incluso, a señalarlo como el nacimiento de la nueva estrella de Occidente encaminado a desafiar a la dominante escuela soviética de ajedrez. Su nombre era Robert James Fischer; un niño criado sin golpes y sin besos, proveniente de una familia de utilería, con madre paranoica, padre oscurecido y hermana ausente. Lo llamaban simplemente, Bobby.

La carta, fechada el 24 de septiembre de 1956, se trataba de una invitación de la Federación Norteamericana de Ajedrez (USCF) para el 10° Campeonato Norteamericano y 4ª Copa Lessing J. Rosenwald (filántropo y mecenas del ajedrez de EE.UU.), que se disputaría entre el 15 de diciembre y la primera semana de enero de 1958, en el Chess Manhattan Club (el 2° club de ajedrez más antiguo del país, fundado en 1877, cuyos salones habían sido anfitriones de dos campeonatos mundiales, y testigos de los mejores ajedrecistas de la primera mitad del siglo XX). El convite tenía un agregado: el ganador del torneo obtendría una plaza para jugar el Zonal en Portoroz, prueba clasificatoria en el camino hacia el título mundial.

La cita prevista para diciembre de 1957 reuniría a la flor y nata del ajedrez norteamericano; entre los 14 participantes seleccionados varios eran candidatos al título; sobresalían los nombres de Reshevsky (actual campeón de EE.UU.), Sherwin (campeón del club de Manhattan), Lombardy (al año siguiente se consagraría campeón mundial juvenil), Denker (ex campeón de EE.UU.) y Bisguier (representante olímpico, ex campeón de Manhattan, del Abierto y el campeonato norteamericano). Frente a estas consagradas figuras se sentaría (si decidía aceptar la invitación) el pequeño Bobby, de 14 años, de los cuales sólo siete los había dedicado al aprendizaje y a pulir sus rudimentos con los trebejos. Su presencia no parecía intimidar a ninguno de sus rivales.

Los organizadores habían posado la atención sobre ese niño delgado, de pelo castaño y rebelde, con ojos de asombro y color avellana, de 1.60m de estatura, vestido sempiterno con pantalón de pana marrón, remera y zapatillas maltrechas blancas y negras, y que delataba con cada sonrisa una pequeña separación de sus dos dientes frontales; no sólo porque su nombre era seguido por la prensa desde que tenía 12 años, cuando en el torneo Washington Square de 1955, se ubicó 15° entre los 66 participantes, sino también porque Bobby, ahora con 13 años, se había consagrado en Filadelfia, en el campeón juvenil de EE.UU. que a más temprana edad había logrado ese título Además, había recibido el galardón “a la partida más brillante” por su victoria ante el maestro internacional Donald Byrne -bautizada como “La partida del Siglo”; en ese juego, Bobby, con piezas negras, sacrificó su dama en la jugada 17 y ganó por jaque mate en el movimiento 41– en el Campeonato de EE.UU.

La historia de la serie Gambito de Dama, de la niña prodigio que desafía el poder ruso en el ajedrez, tiene varios puntos en común con la vida de Bobby FischerLa historia de la serie Gambito de Dama, de la niña prodigio que desafía el poder ruso en el ajedrez, tiene varios puntos en común con la vida de Bobby Fischer

Nada podía conmover más a Bobby Fischer que tener a su alcance la posibilidad de jugar un Mundial y desafiar a los soviéticos, pero esa carta, como un afiche de papel que vende la ilusión, lo confundía. Sabía que no tenía nada que perder aunque nada lo fastidiaba más que eso, pero necesitaría vencer a sus avezados rivales para que su gran sueño se hiciera realidad. Con la toma de decisión surgió la duda Shakesperiana “ser o no ser”; se le dispararon las fobias y entonces, recurrió a su entorno íntimo para insuflar su autoestima. Lo consultó con uno de sus dos mentores, Jack Collins. El otro era Carmine Nigro, que ya no estaba a su lado; ambos hicieron posible su carrera ajedrecística. También escuchó a su madre; a la que amó toda su vida pero temió repetirla.

Por aquellos días los Fischer vivían en contramano con las portadas del Saturday Evening Post, que Norman Rockwell ilustraba como autorretrato de la Norteamérica media, próspera, con trabajo, centrada en la familia e integrada en la comunidad; a Regina, Joana y Bobby los había atravesado la pobreza. En 1949 se mudaron a East 13th Street en Manhattan frente a la entrada trasera del famoso restaurante Luchow´s; a un departamento de un ambiente por una renta mensual de 45 dólares. Allí fue donde Bobby conoció el ajedrez.

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