El Mundial 78 en la cancha y en la cárcel

Ahora, cuando se cumplen 44 años del campeonato mundial que ganó Argentina, encuentro algunas de las cartas que mi padre, el Capitán Soriani, me mandaba a la cárcel de Magdalena donde yo llevaba más de tres preso y aislado.

Mi viejo hilvanaba los relatos de manera que me sintiera a su lado disfrutando juntos del campeonato hasta el último partido, la final que Argentina le ganó a Holanda tres a uno y que desató el delirio colectivo.

En su carta del 13 de febrero del 78, meses antes del partido inaugural, el Capitán me escribía: “Tu primo Tato quiere ver por lo menos un partido del Mundial yendo a la cancha, y yo también, así que veré de conseguir dos plateas. También se pasará por TV en blanco y negro acá, y en color en el extranjero. Y finalmente en el Luna Park, en pantalla gigante, se transmitirán otros, así que iré viendo las distintas opciones y luego contarte todos los detalles de este acontecimiento único, aunque no nos caiga en el mejor momento”

No nos caía en el mejor momento, no. Mi padre lo sabía por el clima que notaba en esa prisión militar cuando iba a visitarme, y por alguna de nuestras charlas, cuando podíamos tenerlas.

Pero el fútbol era una pasión compartida y el Mundial un punto de encuentro que ambos celebrábamos con intensidad.

En otra carta de fecha 31 de marzo del 78, el Capitán Soriani escribe:

“¡Estamos a dos meses del Campeonato Mundial!. Parece mentira pero el tiempo ha pasado rápido y nos acercamos aceleradamente al gran torneo. Ahora el Banco Nación ha informado que saldrán a la venta las entradas individuales, y así será mas conveniente sacar alguna. También hay una empresa que se llama Gran TV Color que transmitirá los partidos en directo y diferido por TV, en el Luna Park y además en algún cine, así que como ves hay muchas variantes para elegir.

Argentina viene de ganarle un amistoso a Perú 3 a 0, pero no es para sorprenderse porque los peruanos son los mismos jugadores que brillaron en 1970, pero pasaron 8 años y están en plena declinación. Es la ley del deportista que nadie puede eludir, y hasta el mismo Chumpitaz perdió la fuerza que tenía cuando disparaba tiros libres que perforaban las redes. Yo tengo confianza para junio, porque el hecho de ser locales pesará en gran forma.

No dejes de pedir las cosas elementales que necesites y te permitan tener, como jabones, dentífrico o alguna ropa de abrigo si es que la autorizan. No dejes de hacerlo y te lo llevaremos sin falta.”

Mis padres no se resignaban a no aportar algo que aliviara nuestra estadía, pero a contramano del clima festivo que se vivía en el país por la proximidad del Mundial, en las cárceles las condiciones de vida se hacían cada día mas duras.

El 9 de abril de ese año mi viejo me cuenta: “ Ya se empezaron a vender las entradas individuales y a la tarde se formó una cola de miles de personas que pasaron toda la noche ahí, a las ocho de la mañana empezó la venta y terminó al mediodía. Si estuvieras acá nos turnábamos para hacer la fila, pero como dudo que te den un franco (ja, ja!!) me resignaré a verlo por televisión.”

Muchas cartas se han perdido en el camino y la próxima que encuentro ya es del 26 de junio, dia siguiente al partido final que Argentina le ganó a Holanda.

El campeonato había empezado el 1 de junio y ese mismo día llegaban al campo de concentración de La Perla, en Córdoba, feudo del General Luciano Menéndez, 16 presos políticos que fueron sacados del penal de Sierra Chica y que serían fusilados si se cometía algún atentado durante el desarrollo del Mundial. Todo el tiempo que duró el campeonato los rehenes fueron mantenidos sentados en el suelo con las manos esposadas y los ojos vendados. Según sus testimonios, cuando jugaba Argentina sus guardianes los esposaban con las manos hacia adelante para que pudieran agitarlas y festejar si la selección de Menotti convertía un gol. “Festejen hijos de puta, festejen apátridas”, les gritaban sus custodios, mientras le pegaban bastonazos cuando ellos no demostraban suficiente entusiasmo.

En su carta del 26 de junio, mi padre escribía:

“¡Argentina Campeón Mundial de fútbol..! Este es el grito que desde ayer atruena la ciudad, sin pausa y sin descanso, pronunciado por hombres y mujeres sin distinción.

Es increíble la euforia que la conquista del título ha provocado en el pueblo, algo nunca visto en mi vida, ni siquiera los actos peronistas del año 1950, llegan a hacerle sombra.

Yo vi el partido en el cine Brodway por TV Color, que da a la imagen una vida extraordinaria. Los verdes, rojos y azules de las bandas musicales que iniciaron el espectáculo resaltaban nítidos y brillantes sobre el césped. Y mas tarde las casacas azules y blancas argentinas y las naranjas de los holandeses.

El partido fue discreto, y faltando un minuto hubo una pelota en el travesaño, lejos de Fillol, que no fue gol por milagro y era el triunfo de Holanda. Si hubiera sido asi los periodistas que hoy cantan loas a Argentina lo hubieran hecho por Holanda, pero nadie lo va a decir, aunque sea la triste realidad. Guste o no guste.

Esta mañana seguían los festejos. Pero lo de ayer fue un estallido increíble, un “bogotazo”, pacífico pero delirante, enloquecido y frenético.

Yo he visto toda esta alegría pero no he participado, porque en mi espíritu hay más sombras que luces y porque me recuerda otras épocas más felices a tu lado. Estoy juntando diarios y revistas para llevarte que espero te sean autorizadas. Hasta entonces vaya un cariñoso abrazo de tu Papá.”

Lo que el Capitán no supo hasta mucho después, es que ese partido final me salvó de un calabozo en el que me habían encerrado luego de que sostuviera una discusión con un gendarme, al que insulté por negarse a abrir mi celda durante todo el día para llevarme al baño. Esa discusión me valió el encierro en un “ buzón” en el que no cabía parado, y donde pasé diez días rodeado de cucarachas. Casi sin comida ni bebida, y molido a palos durante varias noches, permanecí ahí hasta ese 25 de junio. Mientras el gordo Muñoz vociferaba que los argentinos eran derechos y humanos y la Junta Militar festejaba en la cancha, un Alférez de Gendarmería me abrió el calabozo y me dijo: “Agradecele a Kempes, porque si hoy ganaba Holanda, vos eras boleta”.

Los diarios y revistas que el Capitán Soriani me había comprado para que leyera los festejos, nunca llegaron a mis manos. Pero esos goles de Kempes aún hoy los sigo celebrando.

 

Fuente: Hugo Soriani – Pagina 12

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