Queríamos tanto al Búfalo…
Juan Gilberto Funes no consta ni de lejos entre los cien delanteros más destacados en la historia del fútbol argentino y sin embargo su breve y deslumbrante cumbre y su prematura partida al otro lado de las cosas lo convirtieron en un personaje entrañable y con cierto matiz de legendario.
Hace exactamente 29 años, el 11 de enero de 1992, una endocarditis protésica cegó la vida del «Búfalo» Funes, que así ha persistido el apodo definitivo de quien en su adolescencia y en sus albores de futbolista también había sido «Misil», «Sapo» y «Tanque»
El 8 de marzo de 1992 habría cumplido 29 años y a juzgar por lo que reponen los archivos de la época, en condición de jugador de Boca Juniors.
Era un buen intento de Boca y una posibilidad que entusiasmaba al delantero nacido en San Luis después de un inexpresivo paso por Grecia y Francia, en Olympiacos y Nantes, respectivamente, y mejores sensaciones con la camiseta de Vélez Sarsfield, aunque sin rozar la cresta de la ola de la que sí había gozado en Millonarios de Colombia y River Plate.
Al equipo de Bogotá había llegado hacia la mitad de la temporada de 1984 para sobrellevar unos primeros meses opacos y crecer hasta límites insospechados: especialista en finales, un récord de 32 goles para un solo semestre y un total de 47 en los «Millos» de la capital colombiana.
Conste, como perenne tributo, que «La barra del Búfalo» es el nombre sellado a fuego por uno de los grupos más entusiastas de la hinchada de Millonarios.
En River los esplendores llegaron después de superar con holgura el descreimiento de buena parte de la cátedra.
¿Hasta dónde era plausible que River apostara a un jugador que entre su debut en Primera y su gran nivel en Colombia había pasado por cinco clubes sin mover el amperímetro?(Huracán y Sportivo Estudiantes de San Luis, Sarmiento de Junín, Jorge Newbery de Villa Mercedes y Gimnasia y Esgrima de Mendoza).
Un año calendario, sólo uno, bastó para que Funes vistiera las galas de jugador fetiche del Bambino Veira y encarnara la carta más vigorosa, luminosa y definitiva del River múltiple campeón de 1986.
Voluminoso, brioso, incontrolable, Búfalo al fin, Funes acomodaba la carrocería y salía para los dos perfiles con idéntica determinación y devastación a defensores aplastados y arqueros encomendados a sus dioses.
Y si no que lo diga Julio César Falcioni, que en el arco del América lo sufrió horrores en Cali y en el Monumental.
Después, pudo haber sido delantero argentino en el Mundial 90 y al fin de cuentas no dio para tanto a pesar de que Carlos Bilardo le dispensó chances y minutos en la Copa América de 1987.
En realidad, el estrellato de Funes tuvo de breve lo que de breve tuvo su vida, pero si la condensación fue su destino, la mejor manera de recordarlo es honrar su imagen en el punto máximo de la alquimia: un muchacho de modos simples y simples maneras de hacerse querer, que fue feliz corriendo tras la pelota y en ese trance supo escribir páginas doradas y encender el inconfundible fuego de las tribunas dichosas.
Fuente: Télam –