Cine argentino: diez formas de decir «papá»

Las relaciones entre padres e hijos, según la vida misma y las historias imaginadas por el cine, dieron un sinfín de ejemplos donde este vínculo generalmente atravesado por algún tipo de disfuncionalidad, incluso por situaciones que pueden ser dolorosas. A decir verdad las hay de todo tipo, y el cine argentino no es ajeno a ese espíritu abarcativo que navega entre el costumbrismo, la vida misma y algunas veces la puesta en escena de grupos precisamente disfuncionales.

Desde el clásico del cine silente «El pibe» (1921), de Charles Chaplin, donde un vagabundo se convierte en padre postizo de un niño que encuentra en una canasta, el cine del mundo viene registrando historias que se inician con figuras paternas, ya sea de las mejores, las complicadas e incluso las no tan buenas. Es que justamente la vida misma es la que regula el rol que le toca a los padres -a la paternidad- desde siempre y en particular en las vidas contemporáneas.

El cine italiano construyó clásicos, como el neorrealista «Ladrones de bicicletas» (1948), de Vittorio de Sica, con un padre trabajador que es víctima del robo de su humilde rodado y herramienta de trabajo y que emprende su rescate incluso transgrediendo sus porpias reglas morales. O «La vida es bella» (1997), cuando un padre -interpretado por el también director Roberto Benigni– es encerrado en un campo de concentración nazi y para superar el trance, con sus inocentes bufonadas trata de convencer al pequeño de que todo ese horror teñido de negro se trata de una farsa de disfrazados.

El cine argentino, más allá de sus observaciones cuestionadoras a esa figura paterna, ya desde el cine en blanco y negro tomó el tema. Como ocurrió con «El viejo Hucha» (1942), de Lucas Demare, que resucitó ese calificativo, o mucho tiempo después con el personaje interpretado por Oscar Martínez en el corrosivo episodio «La propuesta», de «Relatos salvajes» (2014), capaz de sobornar a un juez por conservar impune un crimen de su hijo.

Ni hablar de «El clan» (2015) sobre la familia Puccio, con el siniestro Arquímedes a la cabeza interpretado por Guillermo Francella, o «El ángel»  (2018), acerca del asesino serial Carlos Eduardo Robledo Puch, con un padre evanescente intepretado por el chileno Luis Gnecco. Este último film también tiene algunas muestras en positivo, que sin caer -o haciendolo- en el lugar común, tienen que ver con aquella familiaridad que a pesar del realismo, con sus altos y bajos, siempre tiene mucho para rescatar.

Aquí diez títulos nacionales que toman la relación padre-hijo:

Enrique Muio y Angel Magaa como Sarmiento y Dominguito en Su mejor alumno

Enrique Muiño y Angel Magaña, como Sarmiento y Dominguito en «Su mejor alumno».

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«Su mejor alumno»

En 1944, Lucas Demare, con la pluma de Homero Manzi, rescata la figura de Domingo Faustino Sarmiento, a partir de la excusa de retratar la relación que tuvo con su hijo adoptivo Dominguito Fidel (para algunos historiadores su hijo carnal), y revisa al personaje histórico en su carrera política desde una mirada atravesada por la propia ideología del autor, escritor, compositor, guionista y cineasta de confesa militancia radical yrigoyenista.

La relación padre e hijo. interprertados por Enrique Muiño y Angel Magaña, es singular, aunque se trate de rutas que corren (un buen rato) en paralelo, pero no por eso menos fuerte y estrecha. Hasta terminar quebrada en la derrota de Curupaity el 22 de septiembre de 1866 cuando a los 21 años el Capitán Sarmiento cayó por un conflicto que, visto con la perspectiva del tiempo y según la óptica de Manzi, su padre habria terminado pensando que solo sirvió para manchar con sangre joven la tierra en disputa.

No quedan dudas, según Manzi que también era poeta, que la relación entre padre e hijo era fuerte y nada fue igual para quien tuvo que despedir al ser que más amaba en una situación tan prematura como trágica, porque como se decía en viejos tiempos y aún hoy es tema de reflexión, son los hijos los que deben despedir a los padres y no al revés.

«La patota»

En esta obra original de Eduardo Borrás, repasada dos veces por el cine con un intermedio de cinco décadas y media, la primera vez por Daniel Tinayre (1959) y la segunda por Santiago Mitre (2015). Existe un lazo de las jóvenes profesoras protagonistas víctimas de una situación de violación de circunstancias muy particulares y el vínculo que ellas, en los dos casos, sostienen con la figura paterna, que marcan una reflexión acerca de la mirada de un drama a partir una perspectiva social.

Para uno y otro director enfrentados a la realidad social de sus circunstancias, el tema resultó igual de fuerte, igual de contundente y de la misma forma encarado con un lenguaje que tiene el sello de autor. Tinayre, no obstante su origen francés y su formación europea, fue un grande del cine argentino y Mitre ha logrado en lo que va de su carrera, cargar en su mochila títulos que hablan de uno de los más reconocidos cineastas de la última década.

En la primera versión, transgresora para la década del 60 que recién comenzaba, fueron Mirtha Legrand y Pepe Cibrián y en la segunda revisionada en muchos aspectos, Dolores Fonzi y Oscar Martínez, quienes tomaron esos roles. La versión de Mitre, además, se adelantó un par de años al movimiento #MeToo. En ambas películas, la relación padre e hija está presente y es clave.

«El abrazo partido»

En 2004, es la primera vez que Daniel Burman encara el tema padre e hijo en uno de sus relatos. Demás está decir que lo hace desde la óptica jasídica, pero con la particularidad de que lo hace según personajes que pertenecen a su comunidad pero que no dejan de ser porteños de clase media con todo lo que eso implica. Porteños y de la porteña calle Lavalle al 2400, más precisamente.
En ese caso se trata de un joven judío del barrio de Once cuyo padre partió rumbo a Israel durante la Guerra de los Seis Días pero nunca volvió. En toda la película se plantea el deseo de ese joven de viajar a Israel según alguna razón peregrina, y Burman sabe cómo contar esa inquietud con realismo, y el sentimiento de quien conoce a esos personajes y sus vivencias.

En esta película nació una especie de alter ego, interpretado por un ascendente Daniel Hendler, quien se luce junto a Adriana Aizemberg como su madre, Diego Korol, Silvina Bosco y el padre que (¡alerta spoiler!), finalmente hace su irrupción interpretado con precisión por Jorge D’Elia. Esa escena es realmente memorable y vale la pena volver a verla o descubrirla.

«El nido vacío»

Esta vez Burman, en 2008, encara otra problemática, la de un matrimonio, en medio de un tema que en la Argentina se reitera cíclicamente no importa que fe profesen sus protagonistas: el momento en el que sus hijos toman la decisión de emprender la partida al exterior para estudiar carreras que no encuentrasn disponibles en su propio terruño. Ya se fueron dos, pero falta la tercera, quien con su partida dejara la casa solo para sus padres, con más de la mitad de la vida recorrida.

Aquí el eje está puesto en la situación que deben enfrentar padre y madre frente a esta verdad inexorable. Y no es nada fácil tener que reconocer que el tiempo ha pasado, que parte de lo vivido ya es memoria que se escurre entre los dedos y que existe un futuro en el que aquel vínculo cercano va a quedar distanciado más allá de la existencia de esa comunicación tecnológica que ya entonces estaba avanzando para hacerla parecer más «realista» de lo que en verdad es.

En este caso Burman recurrió a dos figuras como Oscar Martínez y Cecilia Roth, como los padres, e Inés Efron, como la hija en cuestión en camino a Ezeiza. También está el recordado Arturo Goetz, para conseguir escribir un episodio encomiable acerca de padres e hijos en situaciones que son parte de la vida misma, en un país con tantas idas y venidas, a veces con poca perspectiva hacia el futuro, incluso para la clase media tan inestable en las últimas décadas.

«Road July»

Santiago es un hombre desordenado e inconstante. July tiene diez años, ha perdido a su madre hace seis meses y no conoce a su padre. Valeria, tía de July, sabe que Santiago fue padre y por eso le propone que lleve a la niña a San Rafael, donde ella suele pasar las vacaciones con su abuela materna. Santiago se muestra reticente pero este viaje representa la única oportunidad de conocer a su hija, y así se suben a un destartalado Citroën 3CV, que los llevará al encuentro

En este encuentro Santiago descubre que enfrentarse a su paternidad era necesario, y que de no hacerlo su vida hubiese sido una fracaso. Esa es la clave de esta pequeña pero al mismo tiempo gran película de 2010 de Gaspar Gómez, autor del pequeño cuento en que está basada, quien sin pretensiones logró lo que muchos, con discursos más elaborados e intelectuales, no alcanzan.

Todo es creíble y transparente, genuino, energético, en suma vital, sin necesidad de echar mano a conclusiones grandilocuentes sino simplemente a la emoción, cosa que también logra gracias a los trabajos de Francisco Carrasco y Federica Cafferata, como padre e hija que buscan encontrarse, y participaciones de Mirta Busnelli y Betiana Blum.

Gómez, de quien no se conocieron en todos estos años nuevos largometrajes, es un director y productor mendocino, egresado de la Escuela Regional de Cine y Video de Cuyo en 1998, que se inició en cine publicitario. Además es autor de «Crudos», su primera película de ficción, y el documental «Desarmados», ambos de 2004.

«Infancia clandestina»

Esta historia de 2011 está relacionada con la dictadura cívico-militar y particularmente con el episodio de una familia exiliada de la Argentina por su pertenencia a Montoneros, uno de los grupos de acción directa de entonces. Decide regresar como muchos otros a su militancia activa para a finales de la década del 70, emprender una «contraofensiva» condenada, inexorablemente al fracaso.

Lo hacen con el niño que está por entrar en la adolescencia, todos forzados a adoptar identidades falsas y tratar de hacer una vida muy parecida a la normal de sus vecinos, a pesar del estado de tensión permanente que los acorrala. La relación entre hijo y padres es muy singular, atípica, y en este caso atravesada por la propia experiencia del director (Benjamín Ávila), cuya madre fue desaparecida durante la dictadura militar. De alguna forma, es la catarsis del cineasta de aquella singular infancia que no fue.

A la experiencia personal de Ávila, se suma la producción de Luis Puenzo, el guión escrito con la colaboración de Marcelo Muller y en especial los trabajos de Natalia Oreiro y su compatriota uruguayo César Troncoso como los padres del pequeño que vive su transito a la adolescencia en medio de ese universo minado (interpretado por Teo Gutiérrez Moreno), y otros personajes importantes encarnados por Ernesto Alterio y Cristina Banegas, como el tío y la abuela.

 

«Mamá se fue de viaje»

Ariel Winograd es un prolífico director siempre prolijo y efectivo a la hora de la convocatoria del público: También sabe cómo encontrar empatía, en especial cuando se trata de comedias, algo en lo que mucho tiene que ver sus cuidado a la hora de los guiones y de los castings. Éste, de 2017, es un buen ejemplo de esas cualidades que lo caracterizan.

«Mamá se fue de viaje» es una historia de «la vida misma», por momentos retratada con humor desopilante, con un elenco que encabeza Diego Peretti, acompañado por Carla Peterson y Martín Piroyansky.

Vera Garbor, un ama de casa saturada, se toma unas vacaciones y se aleja de su familia, compuesta por su esposo Víctor, quien vive solo para su trabajo, y sus cuatro hijos. Ahora que no está con ellos, la familia se da cuenta de cuánto la necesita, en especial el padre tan seguro de si mismo antes de este «percance», que tiene que se ve forzado a malabarismos insólitos,.
El resultado fue tan exitoso para la taquilla nacional -1.400.000 espectadores- que el guión fue comprado para media docena de remakes, entre ella la española «Padre no hay más que uno», dirigida por Santiago Segura, y con él mismo en el papel central, y por países tan disímiles como Brasil, México, Estados Unidos, Italia y China.

«Las buenas intenciones»

Amanda tiene diez años, dos hermanos menores y padres separados con los que los niños conviven alternativamente. Cuando están con su papá, Amanda se ve obligada a ocupar el lugar de adulto y a cuidar de todos, ya que Gustavo es un tipo bastante particular que ama a sus hijos pero no los presta demasiada atención. Un día su madre propone una alternativa fuera del país, lejos de la vida de su padre, y a Amanda esa propuesta la angustia.

La debutante -con este filme- Ana García Blaya en 2019 recurre a una historia de una nena que va dejando de serlo y lo hace tomando como ingrediente principal la emoción en este caso con chicos y un padre, ex marido, que resiste a crecer, dueño de una disquería y que no es muy amante del trabajo sino proclive a quedarse en eso de no hacer nada, sin horarios ni obligaciones que desactiven las reglas de su propio universo. Eso sí, es un apasionado por sus hijos.

En ese grupo, la predilecta es la mayor, y también aquella con la que la directora se identifica porque en el guión hay mucho de autoreferencial. No es tampoco casual que en el desarrollo de la historia los temas musicales de los 80 tengan peso específico o que aparezcan viejos videos caseros, algunos incluso reales de la directora debutante, que le dan un plus de credibilidad que ayuda y mucho a la hora de encontrar la empatía con el espectador.
Alli está la figura del padre, encarnado por Javier Drolás, junto a Amanda Minujin, Ezequiel Fontenla, Carmela Minujin, Sebastián Arzeno y el mismo Juan Minujín.

«Rumbo al mar»

Esta película de Nacho Garassino (2018), pequeña pero grande a la vez, tiene varios ingredientes que la hacen importante no solo por el trabajo en sí sino porque sus protagonistas fueron en verdad padre e hijo, Santiago y Fede Bal. Además el guión escrito por Juan German fue hecho a medida para ellos dos en el mismo momento del rodaje.

Lo mejor que pudo hacer Garassino es entremezclar la verdad con la ficción. Los personajes no son actores, son padre e hijo que necesitan acomodar sus historias, reencontrarse en serio despues de una vida que se encargó de separarlos permanentemente.

Un padre que es diagnosticado con una enfermedad terminal -un mes de vida- y que quiere cumplir el sueño de montar la motocicleta con su hijo para rumbear a Mar del Plata. Éste también quiere reencontrarse con su padre, a pesar de que su propia forma de ser le impide sentar cabeza, y eso lo tiene un poco confundido.

Cada uno con su drama a cuestas, sin rencores, el más joven está dispuesto a llevar a su padre hasta el mar, un sueño que nunca había podido cumplir, aunque en verdad se trate de otra cuestión, la de reencontrarse con un viejo amor que en su momento no prosperó. Padre e hijo finalmente se entienden y se despiden.

Detrás hay otra historia, la importante y verdadera, la que emociona, en la que Santiago logró el gran trabajo dramático de su vida junto a su hijo y que pudo concretarlo poco antes de que él mismo se fuera «de gira», un año después de aquel rodaje, el 9 de diciembre de 2019.

Fuente: Telam

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