Desnudo sobre su cama y víctima de un mortal cóctel de drogas: el triste final de Heath Ledger acosado por sus fantasmas

La masajista estaba citada a las tres de la tarde de ese 22 de enero de 2008. Llegó al departamento del centro de Manhattan unos minutos antes, como siempre. Llamó varias veces a la puerta pero nadie respondió. Intentó por teléfono. Primero al fijo, luego al celular. No fue atendida. No se enojó. No se le cruzó por la cabeza que el cliente había olvidado la cita. Un ramalazo de preocupación la atravesó. Supo, intuyó que algo andaba mal.

En las últimas sesiones no lo había visto bien. Llamó a una amiga del actor, a Mary Kate Olsen, para preguntarle qué hacer. Olsen le pidió que busque al portero del edificio y que ingresen al departamento, que mientras tanto ella iba a mandar a alguien como ayuda. El portero llegó de inmediato y abrió la puerta. Los dos llamaron al actor a los gritos. Sus pasos eran cautelosos, como si pisaran territorio minado, como si no quisieran encontrarse con lo que temían. Lo vieron desnudo en tirado en su cama. Estaba desparramado, como desarmado sobre ella. Supieron de inmediato lo que había pasado.

De todas maneras, la mujer llamó al 911 (“El señor Ledger no está respirando, Vengan por favor”, clamó). Sin esperar a los paramédicos, ella inició las maniobras de resucitación. La ambulancia tardó menos de seis minutos y los profesionales la reemplazaron. Pero los intentos cesaron a los pocos minutos.

En ese momento su trabajo estaba en pausa por unas semanas. Hubo un breve intervalo en la filmación de El Imaginario Mundo del Dr. Parnassus, la película que protagonizaba y dirigía Terry Gilliam. Esos días le vendrían bien para recuperarse. Arrastraba una neumonía persistente que no terminaba de disiparse. Su estado de ánimo era malo. Estaba muy triste. Extrañaba a Michelle Williams, su ex pareja y, en especial, a Matilda, su hija de dos años.

A pesar de no estar en medio de un rodaje y de haber podido sacarse el personaje de encima un tiempo, no había podido recuperar el sueño. Mientras filmaba en Londres creía que durante los días de descanso lo conseguiría. El insomnio lo atormentaba. En esas horas de la madrugada que ya no aguantaba en su cama y deambulaba por el departamento se olvidaba que recién tenía 28 años. Se sentía un anciano, alguien que no podía resistir solo el peso de la vida. Cada noche el tormento se renovaba.

Pese a las advertencias de amigos y familiares, él seguía mezclando las pastillas. Y, cómo el sueño seguía sin venir, las dosis aumentaban geométricamente. En un momento había dejado de hacer la cuenta de la cantidad de pastillas que tomaba por día.

Sabía que en pocos meses más, otra vez estaría en las tapas de revistas y que todo el mundo hablaría de él. Ya le había tomado el ritmo a la industria, sabía cómo reaccionaría Hollywood a la aparición de su Joker. Un personaje secundario que conseguía desplazar toda su atención hacia él. Se había llevado hasta el límite y a veces lo había traspasado para encarnar al villano de Batman. Una de esas actuaciones que templan una carrera.

Heath encarnó a ese Guasón como a un asesino de masas, un psicópata irredimible, alguien carente de todo sentimiento noble. Cada vez que el personaje aparece en pantalla produce una conmoción, incomoda, se vuelve casi intolerable. Nolan había considerado a Ledger para el papel de Batman en la primera película de su saga. A pesar de que fueron muchos los actores que se postularon públicamente para maquillarse como el Guasón, desde Robin Williams a Steve Carell, la primera opción de Nolan siempre fue Heath.

La consagración definitiva llegó en 2005 con Secreto en la Montaña, esa historia de amor homosexual entre cowboys dirigida por Ang Lee. “La magnífica actuación de Ledger es un milagro interpretativo. Él parece desgajarse por dentro, romperse en mil pedazos. No sólo sabe como su personaje se mueve, habla o escucha. Sabe hasta como respira”, escribió Peter Travers en la Rolling Stone. Llegaron los premios (su primera nominación al Oscar), las grandes críticas y las propuestas millonarias.

En el rodaje de Secreto en la Montaña conoció a Michelle Williams, que interpretaba a su esposa. Ella se torció el tobillo en una escena y fue llevada al hospital. Mientras la acompañaba, Heath sintió que debía estar siempre con ella, que debían cuidarse mutuamente.

Se enamoraron y al poco tiempo nació Matilda, la hija de ambos. Pero la pareja se desmoronó a los pocos meses del parto. Michelle se cansó de la inestabilidad de Heath, de su conducta imprevisible y del abuso de drogas. Ella quería sosiego para su hogar. Circuló por un video casero de Heath esnifando cocaína y mirando a cámara decía a quien lo filmaba: “Que no se entere mi novia. Me va a matar. Tenemos una beba de dos meses, se llama Matilda”.

Se buscaron responsables y se trató de hacer una lista taxativa de las causales que provocaron el final. La depresión, el insomnio, la separación de su esposa, el alejamiento de su hija, la energía que le consumió el Guasón (esta no parece una causal válida teniendo en cuenta la intensidad que volcaba en cada proyecto: pero para el estudio resultó una inesperada y gran estrategia de marketing ¿para qué contradecirlos si eso podía traerles más espectadores?).

Como alguna vez pasó con James Dean o como con River Phoenix, Heath Ledger, con su muerte prematura, se convirtió en un ícono de su generación. Actores que se fueron antes de llegar a la cumbre de su arte, que eran presente y poseían un enorme potencial. Tres muertes no buscadas pero tampoco evitadas.

Tres artistas que no pudieron lidiar con sus fantasmas, consumidos por su voraz fuego interno.

 

Fuente: Infobae –

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